
Por José Luis Vadillo Villca (LOBOVADILLO)
Esta nueva entrega llega con expectativas altísimas. No solo porque Avatar es una de las sagas más ambiciosas del cine moderno, sino porque James Cameron nos acostumbró a un estándar visual y a un universo que siempre promete ir más allá. Y en ese sentido, la película cumple.
Visualmente, Fuego y Cenizas es una experiencia cinematográfica impresionante. Pandora vuelve a sentirse viva, inmensa, casi tangible. La introducción del Clan de las Cenizas no es solo un cambio estético, sino la entrada a un territorio más áspero, marcado por el fuego y el conflicto. Cameron, en lo técnico, sigue jugando en otra liga: en IMAX y aún más en 3D, la escala, la profundidad y el nivel de detalle elevan la experiencia a otro nivel.

El problema no está en lo que vemos, sino en cómo se sostiene lo que se cuenta. Narrativamente, la película empieza a perder ritmo. No es que sea una mala historia, no lo es, pero se siente alargada, irregular, sin un hilo conductor lo suficientemente fuerte como para justificar su extensa duración. Hay momentos potentes, escenas que funcionan e ideas interesantes, pero no terminan de construir un arco narrativo sólido que haga sentir esta entrega como algo verdaderamente decisivo.
Y eso pesa, sobre todo considerando que estamos hablando de una tercera parte. No se siente como un cierre, ni como un punto de inflexión claro dentro de la saga. Más bien, se percibe como una película de transición, una más dentro del camino, sin un peso emocional o narrativo que la eleve por sí sola. La duración cercana a las tres horas y quince minutos, acentúa esta sensación. Con un arco más compacto, podría haber sido completamente disfrutable; aquí, algunos tramos se sienten estirados.

Incluso hay decisiones que rozan lo conveniente: momentos demasiado deus ex machina, resoluciones que llegan fácil cuando deberían doler más. Y eso debilita el impacto de una historia que, en el fondo, tiene buenos elementos, pero no termina de explotarlos del todo.
La introducción del Clan de las Cenizas y de Varang suma una nueva capa cultural y simbólica al universo de Pandora, pero no logra convertirse en un verdadero punto de quiebre narrativo. Varang es interesante, con presencia y carácter, pero funciona más como una antagonista circunstancial que como una villana memorable. En paralelo, la presencia de Miles Quaritch sigue siendo central; su conflicto con Jake Sully reafirma una dinámica que se ha ido estirando a lo largo de la saga.

Donde la película sí conecta con fuerza es en lo emocional. El foco en la familia Sully, el duelo y las consecuencias de la pérdida siguen siendo el corazón del relato. Especialmente a través de Lo’ak, marcado por la ausencia de su hermano Neteyam, se percibe culpa, silencio y rabia contenida. Son momentos honestos, aunque a veces quedan opacados por la ambición de abarcar demasiado.
Entonces, Avatar: Fuego y Cenizas queda en un lugar extraño: impresionante de ver, inmersiva y técnicamente impecable… pero narrativamente irregular. Puede que esta entrega no cierre todos los arcos que uno esperaba, y que su narrativa sea irregular, pero Avatar: Fuego y Cenizas sigue ofreciendo momentos que impactan, emocionan y recuerdan por qué la saga sigue siendo un referente del cine moderno.
