“La hermastra fea ,El precio de la belleza: un espejo oscuro del alma”

Tráiler y póster en español de “La Hermanastra Fea”: el cuento sangriento  que llega a cines el 17 de octubre

por Catalina Donoso

Pero… ¿qué fue de las hermanastras de Cenicienta?
¿Cómo fue su vida sin su príncipe?
¿Y qué cosas aterradoras tuvieron que sufrir para alcanzar y calzar en los estándares de belleza?

Mi abuela solía decir: “Para ser bella, hay que ver estrellas.”
Una frase que reconocía ya entonces que, para ser bella, hay que sufrir.

Esta historia —o quizás esta película— nos muestra una versión más oscura del ser humano:
cómo la envidia y las rivalidades pueden más que el dolor físico,
cómo la avaricia de poder, gloria y dinero pesan más que cualquier sacrificio,
y cómo alcanzar la belleza física parece asegurar un lugar no solo en la sociedad,
sino también en la aceptación del mundo… y en la conquista del príncipe adorado.

Pero, ¿qué es un huevo de Pascua?
Un huevo de chocolate bello y brillante por fuera,
pero que, al abrirlo, está hueco… vacío.
Así es la belleza superficial: efímera, temporal, sin alma.

Tanto sufrimiento no da el valor del alma, ni la sabiduría,
ni aquello que cultivamos dentro.

La película —o la obra— es una metáfora grotesca, un body horror que nos confronta:
¿hasta dónde somos capaces de ser humanos?
¿Preferimos sufrir antes que cultivar nuestros logros?

La Hermanastra Fea: Reseña, fecha de estreno y dónde verla

También habla de las rivalidades, de la envidia,
de esos sentimientos que terminan aprisionando el alma,
dejando un espectro ruin, feo y turbulento que nadie quiere mirar.

En la literatura ya se habló de ello,
como en El retrato de Dorian Gray: hermoso por fuera, pero corrompido por dentro.

Al final del día, la belleza es bella de ver,
pero el alma… el alma es lo que perdura toda la vida.
Es lo que da valor a una persona:
no solo para ser admirada o deseada,
sino para ser recordada, respetada y amada
por sus principios, sus valores y su amor al prójimo.

Esa… esa es la verdadera belleza.

Érase una vez una bella y hermosa doncella de cabellos dorados, que por su belleza y bondad se casó con el príncipe…
y vivieron felices para siempre.

Pero… ¿qué fue de las hermanastras de Cenicienta?
¿Cómo fue su vida sin su príncipe?
¿Y qué cosas aterradoras tuvieron que sufrir para alcanzar y calzar en los estándares de belleza?

Mi abuela solía decir: “Para ser bella, hay que ver estrellas.”
Una frase que reconocía ya entonces que, para ser bella, hay que sufrir.

Esta historia —o quizás esta película— nos muestra una versión más oscura del ser humano:
cómo la envidia y las rivalidades pueden más que el dolor físico,
cómo la avaricia de poder, gloria y dinero pesan más que cualquier sacrificio,
y cómo alcanzar la belleza física parece asegurar un lugar no solo en la sociedad,
sino también en la aceptación del mundo… y en la conquista del príncipe adorado.

Pero, ¿qué es un huevo de Pascua?
Un huevo de chocolate bello y brillante por fuera,
pero que, al abrirlo, está hueco… vacío.
Así es la belleza superficial: efímera, temporal, sin alma.

Tanto sufrimiento no da el valor del alma, ni la sabiduría,
ni aquello que cultivamos dentro.

La película —o la obra— es una metáfora grotesca, un body horror que nos confronta:
¿hasta dónde somos capaces de ser humanos?
¿Preferimos sufrir antes que cultivar nuestros logros?

También habla de las rivalidades, de la envidia,
de esos sentimientos que terminan aprisionando el alma,
dejando un espectro ruin, feo y turbulento que nadie quiere mirar.

En la literatura ya se habló de ello,
como en El retrato de Dorian Gray: hermoso por fuera, pero corrompido por dentro.

Al final del día, la belleza es bella de ver,
pero el alma… el alma es lo que perdura toda la vida.
Es lo que da valor a una persona:
no solo para ser admirada o deseada,
sino para ser recordada, respetada y amada
por sus principios, sus valores y su amor al prójimo.

Esa… esa es la verdadera belleza.

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