
Fui a ver la película de animación Storm y, como me encantan las animaciones, me sentí muy feliz de descubrirla. Sus dibujos me recordaron a los cuentos chinos ilustrados que solía leer de niña, con un estilo visual delicado y poético. La música es magnética, capaz de sumergirte en un viaje lleno de aventuras místicas y mundos de fantasía.
Aunque se presenta como animación, la historia es mucho más que un cuento infantil: es un relato para adultos, casi una metáfora de la vida, del amor verdadero y de los sacrificios que conlleva. Narra la vida de un campesino pobre que rescata a un niño y lo cría como propio, enfrentándose a la marginación y a un destino duro y solitario. Pero en la compañía de ambos surge una felicidad pura que los sostiene.

La trama se vuelve aún más enigmática con la aparición de una extraña nave, habitada por seres deformados por la avaricia y el ego, que consumen almas perdidas. Allí, el niño lucha con todas sus fuerzas por salvar a su cuidador, demostrando que lo que realmente importa es el amor y la lealtad, sin importar las transformaciones o los miedos.
Storm es melancólica, idealista y conmovedora. Una película que, más allá de su apariencia fantástica, es un espejo de la condición humana y de los lazos que nos salvan incluso en medio de la tormenta. Recomendada para espectadores mayores de 10 años, por la profundidad de sus diálogos y temas.
