
Cuando El juego del calamar salió en 2021, la verdad es que sentí miedo solo de pensar en verla. Había escuchado que mataban a mucha gente y, aunque era imposible ignorar su fama mundial, me negué rotundamente a darle una oportunidad. Cuando llegó la segunda temporada, seguí esquivándola, sin animarme a enfrentar lo que imaginaba sería un espectáculo demasiado duro. Pero todo cambió en 2022, durante el Festival de Cine de Toronto (TIFF), cuando conocí a Lee Jung-jae, el protagonista y director de la serie. Su dulzura y amabilidad con los fans, incluso conmigo en la red carpet, me hicieron replantear mis prejuicios. ¿Y si El juego del calamar no era solo violencia?
Pasaron los años y finalmente, en junio de 2025, cuando salió la tercera temporada, decidí darle una oportunidad y vi el primer capítulo con cautela. Lo que siguió fue una sorpresa total: en pocos días, me vi las tres temporadas de un tirón. Lejos de ser solo sangre y muerte, descubrí una crítica social profunda sobre cómo el ser humano reacciona ante la presión, las deudas, el miedo y las injusticias de la sociedad.

La cruda realidad detrás del juego
Lo que más me atrapó de El juego del calamar es cómo, en el fondo, refleja la vida misma: una constante lucha por la supervivencia. Cada día está lleno de desafíos; la falta de trabajo y oportunidades, el endeudamiento, empujan a muchos a una especie de esclavitud disfrazada de ilusión. Al final, somos prisioneros de nuestras deudas, obligados a vender nuestra libertad: tiempo, decisiones, paz espiritual y progreso personal. Manipulados por los paradigmas de una sociedad laboral implacable, tomamos decisiones que no quisiéramos, simplemente para pagar cuentas, mantener la salud o seguir sobreviviendo.
La serie narra la historia de Seong Gi-hun, un hombre profundamente endeudado que acepta participar en un misterioso juego donde cientos compiten por un gran premio en efectivo. Como él, muchos han llegado a ese lugar porque sus deudas los han encarcelado sin salida. Ignorantes del costo real, aceptan el juego sin saber que perder significa la muerte. Cada episodio presenta pruebas inspiradas en juegos infantiles, pero con un desenlace escalofriante: la muerte misma.
A medida que avanzamos, conocemos a los personajes y nos encariñamos con ellos, haciendo que cada pérdida sea aún más dolorosa. Sin embargo, junto a la belleza de la solidaridad y la humanidad que emerge, también presenciamos la crueldad del ser humano y hasta dónde puede llegar la ambición, el poder y el deseo de dinero.

La segunda temporada y la lucha contra la oscuridad interna
La primera temporada termina con verdades sorprendentes y solo un ganador, Seong Gi-hun, quien, cargado de culpa y remordimiento, ni siquiera desea gastar el dinero que ganó. Sin embargo, su historia no acaba ahí. En la segunda temporada, nuestro protagonista se embarca en una misión personal: vengar la muerte de sus compañeros y detener el juego que los ha destruido. Durante años, persigue incansablemente a los reclutadores, hasta que termina involucrado en la organización de una nueva edición del juego, lo que lo lleva a regresar a la isla una vez más, con la esperanza de salvar a los nuevos participantes.
Pero esta vez, Gi-hun tendrá que enfrentarse a un enemigo aún más oscuro y desconocido: la maldad humana. La avaricia y el egoísmo se vuelven tan poderosos que algunos jugadores terminan siendo más crueles y asesinos que los propios organizadores de esa terrible estructura. Así, la segunda temporada nos presenta a seres humanos culpables, débiles y atrapados sin salida, dando paso a un gran final que nos invita a reflexionar sobre los sacrificios que estamos dispuestos a pagar por la verdadera amistad, la traición por avaricia, y la lucha entre el bien y el mal.
Una frase que se repite a lo largo de las tres temporadas es: “¡No somos caballos!”, una alegoría potente que compara a los participantes con caballos en una carrera de apuestas hípicas, donde los ricos apuestan sus fortunas sin importar el destino de los corredores. Pero además, la serie muestra piezas de juego de tablero, como si las personas fueran fichas en un juego de mesa, vidas irrelevantes movidas a voluntad por fuerzas externas. “¡No somos caballos! ¡Somos personas, somos humanos!”, clama Gi-hun, recordándonos que, aunque parezcamos piezas en un tablero o caballos en una carrera, tenemos libre albedrío para elegir ser buenos o malos, para amar u odiar.
El gran final y la verdad global del juego
Sin revelar detalles que arruinen la experiencia a quienes no la han visto, puedo decir que el verdadero ganador no es solo quien sobrevive, sino quien mantiene un corazón noble y puro, un símbolo de esperanza en medio de tanta oscuridad. Además, la serie muestra la transformación del Front Man, interpretado magistralmente por Lee Byung-hun. Vemos cómo ese personaje decide dejar el juego y destruirlo todo, pero al final comprende que el juego va mucho más allá de una isla en Corea. Está en todas partes del mundo, porque mientras haya un plebeyo necesitado y un rico aburrido, siempre habrá un juego que jugar…
