Se llamaba Margarita Carmen Cansino. Nació un 17 de octubre en Brooklyn, Nueva York, hija de una pareja de ascendencia irlandesa y mexicana. Comenzó como bailarina, y pronto el destino la llevó a un lugar legendario: Hollywood. Era 1935, y los estudios de la Fox apenas imaginaban que aquella joven se transformaría en un ícono inolvidable.
Rita Hayworth se convirtió en el símbolo de una belleza irrepetible. Su rostro adornaba los aviones de combate durante la Segunda Guerra Mundial. Fue la novia de Hollywood, la mujer más deseada de su época, la inspiración secreta de millones.
Pero hubo un hombre que la amó no por el mito, sino por su alma, por su fuerza y por su fuego: Orson Welles. Se casaron en 1943 y juntos hicieron una de las películas más inolvidables de su tiempo: La dama de Shanghái (1948), dirigida por él, protagonizada por ella. Aunque ya estaban separados, la conexión entre ambos traspasaba la pantalla. En los pasillos de Hollywood se decía que, sin Rita, Welles jamás habría logrado convencer a Columbia de darle otra oportunidad como director. Aquel gesto, silencioso y poderoso, lo decía todo.
Rita era pasión pura. Como Marilyn Monroe en los años siguientes, ella fue un símbolo de libertad, sensualidad y carácter. Nunca se dejó encasillar. Ni por el estudio, ni por la crítica, ni por la fama. Su carrera fue tan audaz como su vida: fue madre, amante, artista, y sobre todo, una mujer sin límites.
El príncipe Alí Khan también cayó rendido a sus pies, y con él tuvo una hija. Pero Rita, como Orson, vivió atrapada en ese espacio mágico y trágico donde los ídolos también sienten, sueñan y caen.
Rita Hayworth murió el 14 de mayo de 1987. Su imagen permanece intacta, su sonrisa vive en cada fotograma, y su historia sigue latiendo en el corazón del cine.
Hoy, en el aniversario de su nacimiento, la recordamos no solo como una diva, sino como una mujer que marcó una era, rompió moldes y fue musa del genio más salvaje y brillante que tuvo el séptimo arte: Orson Welles.
“Todos tenemos una dama de Shanghái en el corazón… aunque a veces no sepamos encontrar la salida del laberinto de espejos.”