
En una jornada que ha captado la atención de los medios internacionales, el Príncipe Harry perdió hoy su apelación ante el Tribunal Superior británico para revertir la decisión del gobierno que le retiró la protección policial en el Reino Unido.
El duque de Sussex, que había expresado preocupaciones por su seguridad y la de su familia en visitas al Reino Unido, argumentó que debería contar con la misma protección que otros miembros de la realeza, incluso si ya no es un miembro activo de la familia real. Sin embargo, el tribunal falló en contra de su petición, respaldando la decisión del Ministerio del Interior, tomada en 2020, de limitar su escolta oficial a determinadas circunstancias.
Este fallo representa un nuevo revés en la compleja relación entre Harry y las instituciones británicas. Desde su salida como royal activo junto a Meghan Markle en 2020 y su posterior mudanza a California, la pareja ha sido protagonista de múltiples controversias, documentales y entrevistas que han puesto en jaque la imagen de la monarquía tradicional.
Más allá del plano legal, esta situación deja entrever un trasfondo emocional profundo. Harry, alguna vez considerado “el príncipe del pueblo”, fue durante años una de las figuras más queridas de la familia real. Su espontaneidad, su labor en causas sociales y su cercanía con la gente lo hicieron destacar, especialmente tras la pérdida de su madre, la princesa Diana. Era, además, el nieto favorito de la Reina Isabel II.
Sin embargo, sus declaraciones en medios, su autobiografía Spare, y su distanciamiento con su familia han erosionado esa cercanía. Hoy, su figura divide opiniones en el Reino Unido, y se hace cada vez más evidente un sentimiento de aislamiento. Ya no es solo una batalla legal la que libra el duque de Sussex, sino también una lucha personal por encontrar su lugar, en un país y una familia que alguna vez lo aclamaron con entusiasmo.
