
por Catalina Donoso
El otro día fui a ver una película impresionante. No me esperaba nada y terminé con lágrimas que corrian por mis mejillas. El epílogo de la película es perfecto, sensible y refleja ese cambio tan necesario para la humanidad.
«Siempre habrá un mañana» no es una película, es un símbolo, un recordatorio de quienes somos, no solo como mujeres, sino como seres humanos. Es una canción, no al viento, sino un emblema del corazón que muestra, a través de sus imágenes, un mensaje de cambio, de lucha y de valores hacia la vida.
Esta película debería ser un emblema de cada 8 de marzo y por eso se ha convertido en la No. 1 en las salas de cine italianas, catalogada con 100 % por la crítica de Rotten Tomatoes. Así como «Barbie» fue en los Estados Unidos un mensaje y crítica del patriarcado, la directora Paola Cortellesi ha querido dejar un granito de arena en el celuloide con una película potente, con mensajes fuertes que te hacen remecer en tu butaca.

No te dejes engañar por el fondo de blanco y negro y el estilo envejecido de la película, pues es pura ambientación. Pero entre la comedia, el sarcasmo y la simplicidad de la vida cotidiana, hace que el espectador se sumerja en un mundo tan humano, realista y sensible, que habla por sí mismo.
El film, ambientado en la posguerra italiana de 1946, nos presenta a unos ciudadanos romanos traumatizados por la guerra, quienes conviven la vida diaria con la custodia de las tropas estadounidenses.
Allí encontraremos a nuestra protagonista Dalia, una ama de casa de clase obrera con tres hijos, que intenta por todos los medios ser una buena ama de casa. El hogar lo comparte con su marido y el padre de este, a quien ella cuida. El marido es un trabajador obrero.
Como es característico del cine italiano, la familia es el núcleo de cada film y la vida cotidiana es sin duda el telón de fondo de la película. Vemos cómo Dalia se gana la vida como seudo enfermera, inyectando jeringuillas, algo muy común de la época.

Mi abuela decía que también se ganaba un dinerillo extra en esta actividad. Dalia también hace recados de casas, con la lavandería, trabajos temporales y costura para un almacén. Así, poco a poco, ella colabora con este dinero para su familia, pero también, en secreto, intenta ahorrar algo de dinero para ella.
Por su parte, su marido no solo no tiene cultura cívica, sino que es influenciado y motivado por su padre a la dominación total de su familia, a quienes tiene aterrados por sus arrebatos de mal genio. Mujeriego, bebedor y maltratador de su mujer, parece el candidato ideal para graficar un patriarcado que se impregnó en tiempos de la posguerra, donde los escasos hombres que volvieron llegaron acostumbrados a la vida dura y a la lucha sin cuartel, no dando tregua a sus mujeres. Así, el marido de Dalia no solo la golpea físicamente, sino que la desprecia y la maltrata psicológicamente. Sin embargo, no os preocupéis, este no es un drama, aunque el concepto sea fuerte , el final vale la pena.
Es una película que nos invita a la reflexión y al cambio, a valorar a nuestras mujeres del pasado que lo dieron todo por las mujeres que somos hoy: la libertad de expresión, nuestro derecho al voto, la protección de la mujer y el mejoramiento de las leyes. Aún queda un largo camino por recorrer, pero nuestras abuelas nos han alivianado con el peso de su lucha, han hecho posible que tengamos derecho a la educación, a poder trabajar y quedarnos con el salario que ganamos. Aunque esos cambios no parecen mucho hoy en día, esa libertad económica ha hecho que muchas mujeres puedan optar por esa libertad tan necesaria y deseada.
El film no solo menciona la agresión física, sino también la verbal, la presión psicológica, la insinuación sutil de cómo debemos vestir, maquillarnos y qué debemos hacer con nuestras vidas.
La película está muy bien ambientada, está en blanco y negro, como se acostumbra para aquellos realizadores de opera prima, dándole esta nostalgia y pobreza que muchas naciones como España e Italia quedaron en tiempos de la posguerra europea. Está tan bien caracterizada que hasta parece que estás viendo una película de los años 40. Lo único que nos vuelve a nuestro siglo XXI es la exorbitante música que se interpreta para diferenciar las acciones de la película.
Hacía mucho que no veía una película así, tan completa y buena, que no decepciona y que deja un buen sabor cuando termina, que te mantiene en suspense y tensión. Me recordó por momentos a las películas de Alfred Hitchcock, cuando te mantiene al filo de la emoción por la exorbitante sorpresa de lo inesperado. Justamente, ese es el buen gusto de la directora, que te lleva por un camino imprevisto en la película.
La recomiendo no solo para que vayan al cine, sino porque estoy segura de que se convertirá en un emblema feminista, tanto como las campañas de Clara Campoamor sobre el voto femenino español, o el caso de Emily Davison, una activista británica, militante del sufragio y mártir del movimiento sufragista, que fue arrollada por el caballo del rey Jorge V, Anmer, en el Derby de Epsom el 4 de junio de 1913 y falleció a causa de este suceso días después.
El cambio para tener una mejor calidad de vida es nuestra responsabilidad. No debemos permitir que ninguna más vuelva a sufrir, que ninguna lágrima más vuelva a ser derramada por el maltrato, que no seamos más parte de la humillación o menosprecio a la persona. Todos somos iguales y merecemos el mismo respeto y valoración por la vida que respiramos.
Recuerda que la primera persona que debes amar eres tú misma por sobre todas las cosas y que nos debemos ese privilegio de libertad, de amar, de ser valoradas por nuestros actos y libres de ser mujer, y nunca más menospreciadas por el hecho de haber nacido mujer, sino todo lo contrario: amadas por ser quienes generamos y damos vida para la humanidad.
